Los días se han sucedido de un modo extraño
últimamente. Tras la gran tempestad los
primeros indicios de calma, y tras la confusión el primer atisbo de
claridad. Tal y como predijo aquella
astróloga de tierras mucho más norteñas que la mía propia, la oruga comenzó
hace algún tiempo su proceso de cambio, su enorme e irrefrenable transformación
en un ser más liviano, más etéreo, más libre.
Efectivamente, las señales están ahí, siempre lo
estuvieron. Echando la vista atrás puedo
sentirlas aún, semi enterradas entre otros muchos recuerdos, y olvidadas durante
largo tiempo en un rincón sombrío del alma.
Ahí está la respuesta a la tempestad.
Porque los humanos hemos llegado a pensar que nuestra sabiduría puede
salvarnos de todo obstáculo, que la teoría nos hace fuertes y nos prepara ante
la adversidad… Pero no es cierto. No importa cuan consciente seas de lo
cambiante de la vida, no importa cuan cerca veas los problemas del otro… Hasta
que no sentimos el dolor en carne propia, hasta que no perdemos pie y sentimos
el agua ascender hasta arrebatarnos el oxígeno que creímos asegurado, hasta ese
mismo instante no somos capaces de tomar una conciencia real, ni de aprender. En ocasiones,
de hecho, nos empeñamos en permanecer sumidos en la incredulidad y en el
lamento, sin saber o querer extraer la lección para poder seguir adelante. Así, en el eterno porqué sin una respuesta
que nos satisfaga, alimentamos el odio, la decepción y la ausencia de aquello
que perdimos, o que se resiste a ser mostrado.
A veces, sin embargo, conseguimos dar ese paso, conseguimos, tal vez,
simplemente abandonarnos y pararnos a escuchar lo que el universo quiere
gritarnos, y no alcanza siquiera a susurrarnos cuando nos encuentra encerrados
en nuestra dura cáscara de auto compasión.
La cáscara que la sociedad impone no es menos dura. O sí, tal vez lo sea, tal vez ni siquiera sea
una verdadera cáscara, sino un refugio para nuestra propia debilidad. Miradme a mi… perdí mi camino en la búsqueda
de aquello que los demás esperaban de mí.
Olvidé mi pluma y mi tinta, mi ensimismamiento en el batir de las hojas
de un árbol, mi amor por los mil matices de cada estación y por la caricia del
pincel sobre el lienzo. Olvidé mis
sueños, alimentados de palabras y colores, para embarcarme en el mundo adulto
realista, en el cual soñar despierto no tiene cabida, y todo se pragmatiza y se
limita a valores absolutos. Una vez
comenzado el camino uno no se da cuenta de que está flanqueado por altos muros,
nuestros ojos se acostumbran a las sombras, y nuestras almas olvidan sus
sueños. Crecer se convierte en tener
más, y ser aprobado por ello. Y a medida
que avanzamos dejamos atrás al niño que alzaba la vista para adivinar un mundo
infinito, y nos convencemos de que nunca existió.
recopon eupercuñi!! dejate de tonterias y dedicate a esto. besos
ResponderEliminarJejejeje... eso es amor de cuñi herppanno!!
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