viernes, 23 de noviembre de 2012

Amanecer de hierba y escarcha


Los gemidos agudos traspasan la barrera entre el sueño y la vigilia, y consiguen despertar a Clara de su plácido sueño.  “¿Pero qué…?”  Enseguida se responde a sí misma sin haber siquiera formulado la pregunta, y sus labios se arquean en una amplia sonrisa al tiempo que se estira para desperezarse.  Aún no ha amanecido, y alarga el brazo para dar la luz a tientas.  Los gemidos se interrumpen brevemente.  Se incorpora bostezando, mientras sus ojos se acostumbran a la luz, y se calza las viejas zapatillas.  Todas las mañanas se promete comprar unas nuevas al verlas, y todas las noches olvida irremediablemente su promesa.  Apenas entreabre la puerta de su habitación, una gran bola de pelo se cuela dentro como una exhalación.  Clara toma al cachorro en brazos, con gesto algo torpe, como hacía dos días le habían explicado que tenía que hacerlo.  Cierra la puerta tras de sí, lo deja suavemente en el suelo, se enfunda su grueso abrigo azul y sale al jardín, con el pequeño Izar pegado a las piernas. 

Apenas despunta el alba, tiñendo el horizonte de reflejos anaranjados.  Clara aspira el aire fresco y húmedo y sonríe de nuevo.  La hierba está empapada en escarcha, e Izar hunde el hocico en ella olisqueando cada rincón.  Los pajarillos parecen haber comenzado la jornada mucho antes, y están ya sumidos en un frenesí de aleteos.  “Hacía tiempo que no me sentía tan viva… y a la vez tan en calma”, piensa Clara.  Es sábado, y eso le reconforta enormemente… tal vez demasiado.   Durante un tiempo su trabajo consiguió llenarle, emocionarle, hacerle saltar de la cama sin esfuerzo cada lunes.  Sin embargo, aquel tiempo es apenas un recuerdo lejano.  Cada lunes le resulta más difícil levantarse, los domingos se han convertido en una mera antesala gris a la rutina, y hay días en los que la decepción y la rabia dejan un sabor amargo en sus labios que persiste hasta rendirse al sueño.   Pero hoy es sábado, y los sábados recuerda que hay vida más allá de un trabajo que pesa.  Y la vida, cuando consigue dejar ese lastre de lado, está llena de amaneceres anaranjados con olor a hierba fresca.    

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